El ser
femenino
Ante la
confusión reinante sobre el significado del “ser femenino” en la actualidad, quiero hacer un aporte para la
reflexión. Ser mujer implica poseer magnificencias exclusivas de género, únicas
e irrepetibles. Desde la fecundación somos niña o niño y al nacer, la inmensa
mayoría en el mundo, formamos parte de la familia como tales.
Crecemos con marcadas diferencias con el varón, quien también posee las propias. Llegamos a la adolescencia descubriendo el maravilloso abanico de posibilidades que nos brinda la vida y las que podemos, elegimos. Las hormonas cambian nuestro cuerpo cuya transformación general define nuestra sexualidad. A la mayoría nos atrae el sexo opuesto y hacia allá dirigimos nuestros encantos. Encantos con tintes de mujer, mujer implícitamente madre, a la que le place exaltar su belleza física a través de la moda del momento y que necesita que se la respete y admire. Y esa elección de base conlleva la diagramación del futuro. La educación, el gusto por tal o cual disciplina, la consideración de posibilidades. El amor. La decisión de vivir en pareja y tener hijos. O no. La profundización del análisis de una sociedad problemática, la observación de desigualdades, abusos, injusticias, el emprendimiento de alguna acción solidaria o política para enmendarlas. La lucha por el respeto y la igualdad de género. La consolidación del amor, la sana orientación de los hijos. Los nietos en un “volver a empezar” y la tercera edad como último aprendizaje.
Si en
este abreviado pasaje por el “ser femenino” algo se tergiversa y la mujer
pierde el decoro o lo ignora, o muestra públicamente su desnudez luciendo
pañuelos verdes que no le caben, porque ellos representan la protección de la
vida y ellas proponen con violencia lo contrario, o si prefiere pertenecer al
otro sexo, o quiere aplastarlo para obtener supremacía, tiene otro nombre. Son
parte de nuestra sociedad, pero no del ser femenino. Simplemente, tienen otro
nombre.
Edith Michelotti
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